viernes, 30 de junio de 2006

El ajiaco elegiaco

A mi buen amigo Boris, quien comentara mi reflexión acerca del idioma finés, tuve que preguntarle sobre el significado de lo elegiaco, ante lo cual respondió "tiene que ver con lo nostálgico, la lamentación por lo perdido". Creo que varias veces conversamos sobre esto, por lo que incluso narrar la naturaleza de esas conversaciones sería editar una elegía el día de hoy.

Horas más tarde, mientras me preparaba una taza de té de durazno en la oficina, comprobé la humedad que hoy se cierne sobre Santiago y la pátina de vapor que se había formado en el borde superior del vidrio. Si bien había un aroma veraniego saliendo de la taza, no pude dejar de recordar que esa misma figura nubosa se repitió muchos inviernos en la cocina de la casa de mis padres, especialmente los domingos de julio o agosto, cuando después de haber tenido un asado la noche anterior, mi papá que es un gran cocinero, preparaba su especialidad reconstituyente: el ajiaco.

Tuve la oportunidad de leer un artículo que escribió una antropóloga promocionando un libro sobre la naturaleza de la cocina chilena y como nuestra idiosincracia se manifiesta especialmente en los caldos regionales del país (lamentablemente no recuerdo la fuente, pero la averiguaré) Sin embargo, lo importante es detenerse en ese instante donde la cocina representa el encuentro íntimo con la necesidad humana y el reconocimiento de la misma en quien comparte la mesa. El hambre satisfecha puede ser una continuación de la vida, una pausa en el egocentrismo y la justificación de todos los temas que se abordarán en la sobremesa para fundar identidad de familia.

Intento volver cada domingo a la misma mesa en casa de mis padres. Especialmente en estos meses extraño la abundancia de detalles que se justifican en una mesa para cinco o más personas. No es que en mi casa no haya comida, pero no hay familia. Los hogares de tipos solteros como yo carecen de estos caldos tipo "comadre Chepa" que abundan en la zona central y que se refinan muchas veces con los ingredientes comprados en el Jumbo. Sin pretenciones mediante, el ajiaco de mi papá es una excusa para saber que sigo vivo y que independientemente del estereotipo, aspiro el día de mañana a reproducir estos instantes de alguna forma que todavía no conozco.

Da lo mismo que el hijo sea marica si es que le gusta el merkén y entiende que este papel nutricio del padre puede ser reproducido más adelante. Los grandes chef suelen ser hombres a quienes se les premia poder trascender esta pura necesidad para convertir la comida en un despliegue de simbolismos. Hay toda una sintáxis en la cocina, pero en un sentido último admiro esta vocación protectora expresada en los caldos más sencillos, como los de mi viejo, y por más que aprenda a cocinar con en elgourmet.com no sirve de nada si no se entiende que esto es como crecer en torno a una matriz que a veces se disfraza entre especias importadas, platos Verónica Blackburn y música ambient.

Se puede disfrutar de este ejercicio estético, estudiar la historia de la construcción de un plato y deleitarse analizando como se expresa una vocación humana por el simbolismo. Sin embargo, como muchas cosas en la vida, todo se enriquece si nos hacemos la pregunta por el sentido que remite el origen.

Respetando esta elegía, el Mucca nunca superará a Maipú.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hi MAster, vivan las bitácoras, enhorabuena como dice Amaro.

voy a leerla con más detención y te hago comentarios más coherentes....

Saludos y supongo que nos vemos el sábado aún por confirmar donde.

Anónimo dijo...

Pablo: que alegria poder leerte,
parece que a los dos nos pasa que tan solo el olor de esos caldos espesos despiertan mi memoria, mi nostalgia...

A todo esto en mi casa al ajiaco lo llaman chauchau idiota, tal cual... cero glamour

Boris G. Isla Molina dijo...

Pablo: Particularmente extraño las chorrillanas de Santo Barrio con unas buenas cervezas al aire libre, mirando pasar a las hordas de universitarios, ebrios y envilecidos por tanta marihuana. Escuchar el ruido de los autos desgarrando la noche con sus rugidos y bocinas y uno perfectamente embotado, dispuesto a pedir una cerveza más.