martes, 27 de junio de 2006

Bittersweet simphony

Muchos recordarán esta canción de The Verve sin lugar a dudas. Yo tuve oportunidad de escucharla en vivo la semana pasada cuando regresaba a mi casa. En la salida del metro Los Héroes ha habido algunas ocasiones donde un violinista solitario interpreta piezas clásicas. Tiene algo menos producción que los conjuntos de cámara que suelen situarse en la estación Los Leones, pero comparten el mismo espíritu donativo (soy de la idea que estos músicos practican la caridad con nosotros al romper la rutina urbana)

El asunto es que ese día me sorprendió el inusual repertorio. La melodía que dio fama mundial al grupo, la misma que fue su perdición tras la acusación de plagio, sonaba como un mantra mientras caminaba por el angosto pasadizo que sale desde la estación a la superficie. Mentiría si no dijera que todo quedó en suspenso por un minuto y me pareció que yo caminaba en absoluta soledad contra la marea humana de estudiantes que bajaban a tomar el tren. Mi vanidad se inflamó en ese instante, porque me percaté que caminaba con paso firme, con el mentón en alto y que tenía puesta una corbata nueva comprada con mi buen sueldo.

Lo cierto que la confianza en que podía enfrentar solo la vida agridulce que señala la canción me hizo sentir como un pequeño matador, al tiempo que sincronizaba mi caminata con los compases de la canción. Las cuadras que separan la Alameda de mi departamento seguían teniendo la misma melodía dentro de mi cabeza, mientras trataba de buscar el parecido entre mi barrio y el East End londinense donde se grabó el video.

El componente épico de todo este episodio finalizó cuando, a solas en mi departamento, recordé que no había pagado el teléfono y que tenía que cocinar el almuerzo del día siguiente. La actitud de Richard Ashcroft seguramente se debía a que no tenía ninguna conciencia sobre estos pequeños engranajes cotidianos y a que no compraba absolutamente nada de comida, porque de otra manera no sería el esmirriado que es.

Sin embargo, no dejé que este pensamiento me invadiera. Me propuse bajar la canción desde Internet como una manera de mantener vivo el regalo que nos hiciera este violinista solitario, de no pagarle más plata por derecho de autor a los Rolling Stones y conservar el espíritu de tozuda resignación que inspirara al grupo intérprete. Alguna vez el título estuvo manchado por el mal recuerdo de mis primeros años en la universidad, donde conocí el disco reservándome esa frase repetida que dice "I can´t change" en el estribillo. Ahora tiene el significado de la vanidad adulta y esa delicada soberbia que nos separa de otros caminantes en la ciudad (que decir cuando se es conductor); del convencimiento que caminamos con una dirección decidida y que la vida real comienza donde termina la fantasía que genera la música entonada en la mente, para así comprender el significado de la letra que viene junto con ella.

2 comentarios:

Boris G. Isla Molina dijo...

Ok
Qué más burgués que un blog...
Lo digo, porque ya estaba por escribir una diatriba respecto de sentirse poderoso, resuelto y un tanto "Inglés" en función de vestir una corbata carísima comprada con el buen sueldo del que se goza.

Pero, me detengo y te doy chance...

La verdad es que nadie puede negar que cuando vió pro primera vez aquel video de the verve sintió que esa era la actitud adecuada para caminar por la vida, en una irrenunciable línea recta...

Por qué nos genera esa especie de inspiración y deseo casi infantil?

Obviamente porque en la realidad no caminamos siguiendo el ritmo de nuestros propios pasos, porque en realidad nos la pasamos esquivando los hombros de quienes nos pueden dañar o afectar en algún grado, el sueño infantil se revela pura compensación y ahí si que se nos quiebra el paso, trastabillamos y nos enchuecamos.

Pura chilenidad colonial...

I dont drink coffe I take tea my dear...

Pablo dijo...

I like my toast done on one side
as you can hear it in my accent when I talk
I'm a chilean man missing New York