viernes, 14 de septiembre de 2007

Felices fiestas

Todo suena a cueca por unos pocos días. Todo suena igual: los noticieros, los supermercados, el casino de la universidad, los andenes del metro, las fondas, la garita del conserje, la panadería, todo. Todo suena a cueca por unos pocos días.

Hubo un tiempo donde anduve amargo por eso. Claro, si no se sabe zapatear como corresponde uno siente que hace el ridículo en el ruedo del folklore. Las alternativas era esgrimir la pose del intelectual-que-no-baila y mirar como los demás aceleran al ritmo del acordeón; o la otra es asumir la pose del crítico expatriado, que daría lo que fuera por bailar tango en estas fechas argumentando que los pasitos chilenos no son más que un galanteo neurótico incapaz de zamarrear a la hembra como ocurre al lado del Río de la Plata.

Sea cual fuera la opción, las dos son amargas. Al final, siempre existe la alternativa de ser un curadito de fonda más. Y no porque tome vino en botella en vez de jarra a granel voy a ser más fino. Cuando uno se cura queda igual de poco glamoroso en la conducta.

Y me da un poco de lata que los reporteros insistan una y otra vez en mostar a los alcóhólicos de fonda proleta, hediondos a bigoteado, sonrientes en sus pantalones meados y caminantes de trompo a medio morir. Como si esa fuera la estampa de estas fiestas. Como si la misma imágen asociada a la calle, la pobreza, la incompetencia de un país subdesarrollado se perdonara porque el dieciocho nos revela así.

La fiesta de campo anticipa la primavera con sus luces renovadas. El sol hace brillar los árboles en flor y el cielo atascado de volantines. Y la fiesta asegura un par de kilos de más terminado septiembre. Y mientras nos reimos del curado, de la misma manera que analizamos la cueca que no bailamos, hay algo de cierto en reconocernos así: al fin y al cabo, después de la calamidad, igual le hacemos el empeño. La mina se corre y uno la persigue. El bienestar coquetea y lo abrazamos por la tangente. Y era que no, si al final, cuando se consigue terminar la casa viene el temblor o el alud y se lleva todo camino del mar.


¿Qué resta hacer sino celebrar? ¿Qué más cabe sino curarse hasta quedar como piojo? Mejor comer asado que terminar dormido por el stress.

Al final septiembre nos revela. Nos deja turulatos con lo maldadosos que son los cumas, como si todo el resto no fuera igual de flaite con los chachullos que hace en todo orden de cosa (y el que no, pasa por hueón en la vida) Luego nos deja sonrientes con el borracho de fiesta, como si los más paltones no quedaran igual de mongos al escuchar los Quincheros.

Y antes que empiece la alergia que es y no es resfrío, como romance es la cueca, el dieciocho nos alegra un poco el alma porque vale la pena haber nacido aquí.

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