jueves, 21 de junio de 2007

Transparencia invernal

Ya va casi un año desde que empecé a escribir en este espacio. En términos biográficos no me ha reportado la fama que en algún momento pensé que podría proveerme, y eso que incluso gente de fuera de mi país ha leído algo.

Hace un año atrás estaba firmemente inspirado en la comprensión nórdica del mundo. Las razones: la música, imágenes de video, la sopresa del sonido de los idiomas bálticos. Justo ayer escribía sobre la intención de escape, vehículo permanente para la proyección de algunos deseos del inconciente. Lo que todo ser humano plasma en sus sueños, es posible también de ser escrito en una ensoñación diurna.

Hay un ciclo permanente de ida y regreso: lo mismo que impresiona la realidad corriente con todos los matices de dureza que esta puede tener, lo mismo que produce la imaginación que agrega palabras nuevas a partir de detalles no evidentes. Y vaya a saber uno que juicio surge a partir de esta experiencia, qué calificativos vayan a ser usados apelando a quien redacta estas líneas.

El ejercicio de la escritura no es un oficio fácil, claro que no. Y no es la intención cumplir un año frente al computador buscando ser como alguien que requiere mayor lectura para saber escribir como corresponde. Aun así, la invitación de cualquier crónica es dotar de otros significados -los propios por más imparcial que se intente ser- aquello que puede ser visto por todos.

Si así no fuera, todo blog podría ser una novela escrita por partes; y todo post debería ser un cuento. No es la idea. Pero si se es fiel al espacio que la tecnología ha brindado a la sazón, siempre habrá una sustancia, una médula que desvista al narrador y al lector. Por eso no se escribe en un diario de vida, porque son otras las emociones que tiñen otros dominios de intimidad.

La hermenéutica es una linda palabra, por cierto, y hace más luminoso a quien la ocupa y debidamente pronuncia. Pero al final, lo que queda es un deseo de permitir mirar a través de las cosas, nombrándolas para también ponerlas a un lado.

Es en esa búsqueda que también me he llenado de sonidos, buscando escuchar fuera los latidos del interior. Hace un año, cuando empecé a escribir, estas eran las fotografías que me tenían impresionado.

Y como el aire polar y translúcido que se cierne sobre mi ciudad estos días, comparto un pedacito de una mínima Islandia, una geografía de estilo puro, donde una loca intenta narrar el mundo sonando como campana cristiana. Sabrá uno si a estas alturas, tras volver a buscar el invierno, dice algo de mi también.

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