martes, 8 de junio de 2010

Falsa belleza

Ahora que mastico galicismos con la lengua y que recuperé las acrobacias de la teoría social, se me olvidó un poco el origen de todo esto. Con cierta falsedad impuesta que tiene toda disertación y todo disertador, he omitido este tiempo esas experiencias que finalmente consolidaron aquello que ahora voy pensando.

El guiño vino de la mano de este fin de semana, donde le copié a mi amigo Víctor varias canciones de Madonna que andaba sueltas en mi memoria. Y también del año pasado, cuando le copié a mi amigo Víctor todo el estilo para celebrar el cumpleaños de la misma. Y no es primera vez que le copio algo (a Víctor y a Madonna) quizás queriendo reproducir esa cuota de libertad pública que muchas veces se permite expresar.

Fue un buen día ese cumpleaños. Yo abajo del escenario viendo como otros imitan al epítome de la libertad, y yo solo hablando de la métrica del Vogue y la gimnasia capitalista de la reina. Una seña al lado mio y yo pensando que ahora si podía bailar porque durante el concierto habría sido como hacer una coreografía en el metro. Yo mirando hacia arriba y comprobando como un hombre con mis formas reproducía milimétricamente a la diva y sus movimientos curvados.

¿Cómo esconderían los hombres sus rigideces para imitar la belleza femenina que hay detrás de toda esta coreografía?



Como réplica perfeccionista pero con todas las limitaciones de un teatro, la pantomima del concierto intentaba contraer el fanatismo y exacerbarlo entre la masa de seguidores. Las pestañas postizas de la performance no solo tienen que ser vistas desde lejos, sino también enmascarar a la intérprete que -como sacerdotisa- libera rítmicamente los pulsos interiores de todos los que, fuera del estadio, fuera de esas cuatro paredes de discoteque, tenemos que comportarnos como buenos ciudadanos.

La cara amable de mi vida, la pulida sofisticación del cientista social es también como una performance con sus propios códigos de belleza. Pero mi mirada de analista enmascara también al intérprete, y parece una belleza falsa cuando aquello que ancla mi curiosidad es precisamente el devenir de la sexualidad que se recoge en los bailes, en la elección de llevar un estilo de vida acorde a esos gustos que difícilmente se pueden controlar.

No es primera vez que insinúo porqué a los maricas nos gusta (o debería gustar) Madonna u otras estrellas del puteo musical. Que los conciertos, la música del pop, son una pornografía de emociones primarias, esas que entran desde chiquitos. Claro, a mi no me iban a premiar por bailar Like a Virgin en un concurso de princesitas pero al final algo así debe quedar en esa pulsión histérica de querer ser visto sexualmente. Y como la ciudadanía tiene otros códigos de belleza, al final, me resultó más conveniente convertirme en un teórico de la homosexualidad.

Y busco la cátedra para tener legitimidad, y cobro por ella para comprarme la ropa que me diferencie del resto, pero de manera discreta. No vaya a ser cosa que me tomen por transformista, no vaya a ser cosa que me discriminen en el trabajo por salir bien borracho del cumpleaños de Madonna.

La verdadera belleza tiene algo de desnudez, esa que ni una Noche de Divas, ni la cartografía social pueden develar. Hay algo en la admiración por lo que se ve y lo que se esconde; por lo claro y lo oscuro que como el mejor de los "trucos" permite trascender el teatro del propio género y adoptar las configuraciones de la siempre ambivalente naturaleza humana.

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