domingo, 13 de junio de 2010

El espíritu y sus máculas

Hay dos formas de recordar las experiencias. Existe una que, gracias a una posible censura selectiva de la memoria, extrae solamente aquello que no molesta en la vida. Racionalización o sublimación que le dicen. Sin embargo, hay otra que es todo lo contrario: expone las imágenes con una fuerte carga emotiva, con una catexis que evoca muchas cosas más allá del objeto que está siendo recordado.

Hannah Arendt señala que esta última forma es la que construye los sentidos del mundo y el lenguaje. Frente a lo desconocido, el espíritu deconstruye el objeto sensible para presentárselo a la memoria, función activa que lo asocia a lo que ya existe en ella, a otras imágenes a otros denominadores. Así, una cosa tiene significado siempre en relación a otras cosas. Nunca habrá una palabra que tenga contenida en sí toda la esencia de la experiencia, y nunca se podrá recordar algo sin asentir indirectamente a algo previo.

Lo mismo me ocurre a mi en estos días. Un accidente y tropiezo otra vez sobre lo que han sido mis procesos de la vida. Atracciones desordenadas, malogrados pasos, que hubo que encausar de alguna forma. Incluso cuando la media luz que me ensombrecía no pudo esconder esas manos que se escapaban más allá de mis piernas en el sofá de mi casa. Y yo sintiendo que cometía un pecado, que no lo cometía, que ese hombre al frente tenía algo que me resultaba más atractivo que su simple fuerza torcida y tapada con cientos de eufemismos. Que ninguno era lo que pretendía decir y sin embargo nada podía negar las sensaciones que nos despertábamos.

Las manos sobre mi pecho, como si fuera la primera vez que lo tocaban, y yo no tenía palabras para explicar lo que pasaba. Cuántas veces he querido sentir eso de nuevo... Pero quizás ahora que sé bien cómo se llama todo, no sería capaz de recordar algo así. Las heridas posteriores me han cambiado para siempre y mi libertad presente ya dejó atrás esos hervores purulentos de la adolescencia. No hay forma de volver atrás.

Aun cuando la misma canción que sonaba esa noche gatille otros deseos ahora. Ahí la memoria funcionando de nuevo. Otra vez las ganas de enamorarse de un tipo oscuro, pensando que así se mancillará mi inocencia otra vez, que no seré el comportado que conozco desde siempre. Y no soy inocente, lo sé, pero vivir las transgresiones sería una forma de recuperar esa suerte de virginidad que es pura fuerza contenida, que puede transformar lo inmaculado en un torrente de humanidad que se deborda. Quizás así purifico otra vez esos canales del sentir. Tengo ganas de recorrer los pliegues oscuros de la sombra, como si fuera una selva humeda y yo fuera como el espíritu de las cosas.

El espíritu y su solitud. El espíritu y sus máculas que necesitan de cuerpos para expresarse. El espíritu y mi simiente que quiere corromper esa coraza tras lo cual puede haber una recompensa fragante, láctea y productiva. Mi fantasía de paraíso perdido. El claroscuro de mi rostro. Mis deseos desordenados, las palabras prohibidas que todavía no me atrevo a pronunciar. Las ideas que tengo manchadas, la culpa renovada por recordar mis caídas y el deseo desordenado. Las manos sobre otro pecho de nuevo, la corrupción y la vida que hay tras las fronteras.

Esta carta en código, la memoria y sus palabras, y la canción que todos conocemos.

No hay comentarios.: