viernes, 12 de noviembre de 2010

Las cortinas de mi casa

Tengo casa nueva. Otra más en el itinerario sin fin de mudanzas que espero tener a lo largo de la vida. Y yo, que soy un coleccionista de cosas, de tanto en tanto tengo que empacarlas y darme la lata de acarrearlas de un lado para el otro. Hubo veces que cupieron en un camión, pero ahora sólo llegaron aquellas que se enrollaron dentro de una maleta.

A pesar de esta aparente liviandad, hay bienes que me parecen indeclinables para la vida moderna en una ciudad. No me refiero a la salvaje intimidad de mi mp3 que me salva de los empujones del metro; tampoco a las ollas y sartenes que me sirven para cocinar recuerdos nuevos. No. Cuando se habita en un departamento como en nuestro, al aguaite de innumerables vecinos indiscretos, se necesitan un par de cortinas para preservar la intimidad.

Intimidad que se compone en mi caso, de los tiempos donde decido comer, dormir, la postura corporal que adopto frente al computador, las acrobacias con mi pareja, o los pasitos de baile que suelo dar automáticamente cuando hago el aseo. Movimientos que muchas veces me permito solo de noche... Es por eso que habiendo desarmado la maleta, habiendo hecho toda la parafernalia de colgar los cuadros y acomodar los cojines -artefactos que transforman un cubo blanco en un hogar- se vuelve imperiosa la necesidad de tejer un género que tape las ventanas, que se abra y se cierre a voluntad, que enmascaren convenientemente nuestra casa para que no sea una vitrina más del barrio.

No dejo de recordar -ahora último que he estado tan nostálgico- las innumerables cortinas de la casa de mis papás. Repasando las fotos de aquel tiempo maipucino me doy cuenta que las hubo de tantos colores y texturas como la ropa de mi madre. Y cómo no me voy a acordar. Durante el tiempo que fui el más alto de mi familia (gracias Álvaro!) me tocaba la ingrata tarea de colgar y descolgar kilos y kilos de material delante de las ventanas. Que si cambiaba la pintura de los muros, que si se aproximaba una gran fiesta, que si era verano y tenía que entrar más luz, que si hacía frio y había que cuidar a la vieja con género aislante. Había tantas cortinas como para envolver la casa entera y algunas más a lo largo de la manzana.

Sin duda debo agradecer a mi madre por enseñarme parte de este arte del buen vivir. Y qué ganas me dan de haberme traído uno de esos retazos que tantas veces regaló. Ahora que me hacen tanta falta. Ahora que salen tan caras. Ahora que necesito de partes de mi pasado para proteger mi intimidad cuestionada por las nuevas teorías, por la experiencia de estar lejos de las miradas (proyectadas por cierto) de la sanción a la diferencia que se sufre en Chile. Ahora que estoy expuesto a la mirada de tantos de tantos extraños que bien pueden evaluarme como parte de un zoológico.

¿Es acaso esto verdad o es solo una nueva problemática de mi orden doméstico? ¿Es siempre verdadero lo de casa nueva-vida nueva? Sospecho más bien que cambiar la casa colgando cortinas nuevas o combinarlas con las estaciones no es sino un dispositivo de ruptura, una pausa en la continuidad de la vida, una forma de enmarcar diferente la vista que permanece igual fuera de la casa, pero también dentro de ella. ¿Porque no es acaso verdad que las cortinas transforman un lugar en una casa y no una vitrina?

Acá en Francia discuten sobre la naturaleza del velo sobre las personas. En Chile también. Nicole Claude-Mathieu dice acá que la tela que cuelga sobre la cabeza es símbolo de sumisión ante el rígido sombrero o el casco guerrero de la hegemonía del hombre. Yo más bien soy de la postura que prohibirlo es hacer uso de una fuerza brutal por parte del Estado y del pensamiento occidental. ¿Qué pasa si yo quiero cubrir mis pensamientos, como una manera de preservar una identidad, un color propio y no solamente porque tenga miedo de ser visto?

Porque hay una cosa que es cierta, para abrir las ventanas al mundo hay que correr las cortinas. Y para abrigar el mundo interior muchas veces hay que cerrarlas. Si no las ventanas siempre estarían abiertas para las viejas sapas o el vigilante cahuinero. Las cortinas son como el telón que marcan el inicio y el término de una escena. Y en el teatro que estoy viviendo la gracia es saber cubrir y descubrir la intimidad a favor del viento fresco, el sol luminoso o las noches con estrellas.

Como en todas las casas que he vivido, no me gusta vivir con las ventanas abiertas, sino abrir las cortinas cada vez que estoy contento y con ganas de apropiarme otra vez del mundo.

3 comentarios:

egoten dijo...

wena, fui a ver a CAribu, tenia un sonidista travesti igualito a Lady Di , un abrazo cabro , te sigo leyendo!!!

egoten dijo...

los telonio ESDCP (el sueño de la casa propia) IDM shileno, asi de repente con reminicencias de cueca
http://www.archive.org/download/pn058/pn058_esdlcp_historial-de-caidas.zip

... lo de las ventanas y las cortinas es como lo de los ojos y los párpados...

Y el domingo fui a Belle & Sebastian... nunca habia estado el Caupolican tan lleno de Marias Ignacias, Colombas, Isidoras

Pablo dijo...

Gracias por el comentario, es un honor tenerle de lector. Habrá que reflexionaer después sobre el sonido de esta ciudad y la imposibilidad de no escucharlo (los oidos no tiene párpados)

Y lata poh, todos los grupos bacanes están presentándose ahora en Chile en vez de acá, maldición!!!!