lunes, 8 de noviembre de 2010

Una casita chiquitita así

Era con toda seguridad una mañana lluviosa de mayo, a principio de los años noventa. Nosotros, camino al Colegio, en el auto ese que se pasaba cuando llovía fuerte.

Adelante mi papá y mi mamá ocupando sus lugares y labores de siempre, él -al volante- llevando a sus pollos seguros hacia destino, y ella ordenando sus pruebas, sus cosméticos y su pañuelo decorando la vida más allá del margen estrecho de un espejo retrovisor. Era un mayo lluvioso, latero para levantarse temprano, pero no importaba mucho: adentro íbamos abrigados hasta el cogote, bien peinados, normalizados, apretados, pero cantando antes de entrar a clases.

Bueno, al menos eso hacían mis hermanos, porque yo tenía la costumbre de mirar por la ventana tratando de contar por enésima vez las mismas calles por donde pasaba el auto. Maipú, Estación Central y Santiago centro. Un taco de proporciones en Alameda con General Velásquez y en la radio sonaba Lucio Dalla. La canción de moda de ese otoño y mis hermanos imitando a la gorda y la flaca del video. Y yo reclamando por los manotazos que me llegaban en medio de la parodia.

No hay manera que olvide ese ritmo que durante muchos años quedó dormido en mi memoria. Tampoco esta escena que describo. Tanto así que hoy tengo motivos para recordar esa misma melodía. Nunca pensé que años más tarde, adulto barbón, extranjero y todo, esta elegía habría de ampliar los significados del momento que vivo. La canción parecía algo así como una fábula, una de aquellas donde de niños aprendimos a distinguir el bien del mal moral. Hoy me suena también a un cuento de grandes. Hace como veinte años solo podía repetirlo sin saber que tal vez mis papás se dedicaban en secreto esta historia entre ambos, y se recordaban el uno al otro aquella manera de enfrentar una vida común: soñada y sufrida, veraniega e invernal. Con confianza pero también con la mirada puesta en las amenazas del camino.

Me dirán los teóricos de género que la evocación de mujer chiquita en casa y el hombre chiquito trabajando es una reproducción de la jerarquía y la dominación. Me dirá el psicoanalista que ambos arquetipos enanos son también mi esfuerzo por reducir el superyo proyectado de mis padres, el mismo que me impide vivir sin trancas los dos sexos conciliados en mi espíritu. Yo me digo a mí mismo que más me vale cantarle a “la casita chiquitita así”. Porque para mí eso es un recordatorio de aquel auto que para cualquier estadística era sinónimo de hacinamiento, pero que para mi era mi mundo sobre ruedas. Para mí eso es una invocación a aquel instante, el momento donde paseaba sin siquiera soñar el futuro, sin sospechar que podría temerle al lobo parisino algún día, que las casitas chiquititas existen de verdad, y que como dice la canción, se puede vivir de a dos ampliando los rincones, prometiendo abrigo y verano.

Así como en ese otoño, hoy fue la primera lluvia fuerte en París, una que llevó consigo todas las hojas de los árboles. Hoy también sopló el primer viento fuerte, uno que arrancó de mis manos el paraguas (era que no) Hoy sentí por primera vez un frío en la piel que me hizo desear volver luego a casa. Hoy, que al fin tengo un lugar propio en esta ciudad, la casa propia de mi espíritu de clase media. Hoy, que regreso a este departamentito ínfimo para los afanes expansionistas de mis viviendas anteriores, pero lleno de vida dentro, lleno de vida grande y un recuerdo fiel a esos tiempos inocentes donde no me daba cuenta cómo aprendería a lidiar con los lobos.

Por estos días reconozco que todo análisis es a medias verdadero si no se hace a partir de una subjetividad asumida. Esa es una consigna que todo cientista social pero también todo ser humano debería pronunciar. Y teniendo un hogar donde pensar tranquilo es tiempo también de atender a las señales de la intimidad que podrán desviar y guiar mi mirada sobre aquello que voy a ver. Y tal como Rousseau en algún momento proponía dejar los libros de lado para experimentar la vida sin sus filtros, yo dejo de lado un libro para escribir este recuerdo, para dejar que esta elegía me inunde y me haga sentir menos distante de Chile, no por tener un océano y años de lejanía, sino porque acá, así como mi papá nos llevaba al Colegio y mi mamá embellecía nuestras vidas, yo llevo mi humanidad hacia un lugar donde espero aprender para ser buen hombre y un agradecido de la infinita belleza a bajo costo.

Por ahora, sigo recuperando la fe entregada y un poco naif de aquellos años. Sin pronunciarlo doy gracias al Buen-Dios, mismo que me ayuda a no temerle a ningún lobo mientras cruzo este bosque

1 comentario:

Anita Lizama dijo...

Me robaste el aliento, Tantos momentos por agradecer, ciertamente en ellos se ha forjado la form de lucha en pos del que es la razón de la cordura y el hilo conductor que nos ata hacia la Fe la Esperanza y el valor para enfrentar la realidad.