jueves, 6 de julio de 2006

Habemus Lex

Ha habido un componente de cierta incertidumbre durante los últimos dos años de mi vida. La responsabilidad ha sido del Parlamento, quien durante todo este tiempo nunca se decidió a aprobar la Ley de Acreditación de la Educación Superior. Ayer, se terminó de tramitar lo intramitable después de las movilizaciones estudiantiles de mayo y al fin tenemos ley. Todo el mundo estaba completamente de acuerdo con la creación de una orgánica institucional para asegurar la calidad; incluso la derecha, haciendo gala de su habitual amnesia política, celebraba la existencia de una disposición regulatoria de la gestión universitaria, la misma que durante dos años acusaron de atentar contra la libertad de enseñanza.

Lejos de las celebraciones y angustias que todo esto pueda causar en el personal de mi oficina, y también en mi carrera profesional, no puedo sino estar atento al devenir que tendrá todo este sistema. Debería hacer una opción de abandonar el oficio nórdico por un instante y comprender el vínculo entre mejoramiento de la educación, aseguramiento de la equidad (suponemos) y pago de gastos comunes.

Sobre lo primero puedo extenderme sin ser incorrecto. Una de las cosas que más me gusta de este trabajo es la oportunidad de asistir a la modificación de la mirada académica hacia otros y sí mismos. Ocurren estos procesos también con nosotros. Aun cuando exista la propensión a buscar un sistema de sanciones disciplinarias (y con ello mantenerse dentro de un modelo control autoritario); ciertamente me produce cierta alegría ser testigo de como, a veces, la sensatez humana prima y quien evalúa aprende también a autoexaminarse, cultivando una suerte de humildad que se necesita para mejorar. Lo digo por las veces que modestos proyectos académicos, hechos con consistencia, echan por tierra la inercia jurásica de algunas instituciones. Sería cosa de ver a algunos abogados, médicos y casas de estudio baluartes de la tradición.

No obstante, la parte triste es comprobar como opera un doble estándar en estas materias. Queremos instituciones estatales que se comporten como empresas privadas, garantizando gestión flexible, estrategias de mercadeo, mecanismos de adminisión selectivos. Por otra parte, perseguimos a instituciones privadas que mienten sobre su inclinación hacia el lucro y realizan acrobacias organizacionales para generar excedentes a sus dueños (crear inmobilarias para arrendarse sus propios edificios, comprar carteas de alumnos, etc.) Sería mucho más saludable asumir el propósito que cada uno tiene y medir las acciones en consecuencia; pero en una cultura como la nuestra eso es tremendamente difícil de obtener.

Weber señalaba lo importante que era contar con legitimidad para desarrollar las instituciones. Habrá que observar como todo un trabajo que se ha realizado de manera casi silenciosa durante estos años ayuda a concretar esta garantía de control de calidad, que no puede sustentarse solo en la legalidad, sino que en el desarrollo de una autoconciencia y el compromiso permanente de los planteles por cultivar la reflexión sobre su manera de actuar. Como aporte trascendente, sería notable esperar que aquel movimiento también ocurriera en todas las personas que componen el sistema.

No hay comentarios.: