martes, 6 de julio de 2010

Sub angelo lucis (Bajo la luz del angel)

Las apariencias engañan, eso es al menos lo que dicen. En un contexto de interacciones rápidas como las que experimentamos hoy, una forma cualquiera debe ser capaz de condensar múltiples contenidos para facilitar así los mensajes e intercambios. Sin embargo, tanta compresión no siempre conlleva la verdad.

La belleza física de los hombres ha pasado a ser un medio simbólico de intercambio. Un código respecto del cual hay acuerdos implícitos y que llevan asociados una serie de otras afirmaciones medio inconscientes sobre el bien y la verdad. Como si la apariencia de las cosas o las personas vaticinara su futuro. Como si al mirar a la gente bonita nos traicionara la metafísica y creyéramos que tras esa armonía del cuerpo estuviera escondido todo el conocimiento, toda la sabiduría y la capacidad de discriminar lo bueno (en el sentido de deseable) del mundo.

Yo, por estos días, he recibido el encargo de disociar esto en mi cabeza. Lo que escribo es una crítica pero también un testimonio. Puesto que así tuve que lidiar con la adolescencia, con una piel purulenta, uno ojos miopes y los dientes chuecos. Pero peor aún, con la creencia que sin querer fue cediendo espacio al fantasma de la imposibilidad: no siendo del bando de los bonitos nada bueno podía pasarme. Baja autoestima diez años antes de la irrupción de los emo. Anulación de las demás posibilidades que siempre tuve al alcance de la mano. Y junto a eso, la idea que debía hacer un doble esfuerzo para validarme.

Si bien querer ser como el émulo masculino de Sara Jessica Parker fue en su momento un salvavidas y una real forma de colorear mi deslucida presencia (proceso sin el cual no sería ni la mitad de arrojado que hoy) creo que estoy a tiempo de desengañarme de otra mentira. Bajo la apariencia de ángel no aparece el verdadero ser de las cosas, con su imperfección y su sombra permanente. Así se disfraza el mal que, como a Descartes, opera como genio maligno que malogra la conciencia.

Desde aquella "iluminación" es siempre necesario hacer la crítica que reconoce la real distancia que existe entre las cosas. Asumir la diferencia entre los discursos sobre lo bueno, lo bello y lo verdadero. Siguiendo a Habermas, con una modernidad que inauguró un discurso descentrado, cada esfera adquirió su propio sentido. Entonces las reglas de validez de lo bello no necesariamente corresponden con la verdad y la rectitud. Así también pasa con el prototipo del mino y la mina, con la piel de porcelana y los dientes perfectos. Así pasa con la valoración del ángel y el placer del sexo. Pero al final, siempre habrá una grieta de verdad donde se cuela el rostro oculto del verdadero sujeto.

Dentro del cuadro de un video, dentro del marco de una fotografía, el silencio otorga y al final sin filtro alguno, la envidia de la conciencia nos puede corroer solo por una fantasía. Sin opinar, sin nada más que ofrecer, la luz del ángel falso se consume pronto. Nada más diferente a la zarza ardiente en el pelado desierto, al blanco resplandor del nirvana inconmovible y libre de deseos. Las apariencias engañan y es fácil que el mal se disfrace de bien si olvidamos que nuestro mundo complejo requiere más de una forma para poder componerlo de verdad. El brillo no puede ser todo, y aunque tenga valor dentro de su efímera belleza, tengo que ejercitar la verdadera distancia y anular la enfermedad que derrumba mi autoafirmación por creer una mentira.

¿Como será posible reconocer en adelante, esa belleza quebrada y sobreponerme a esa fantasía? Si tiene tanto de deseo como de castigo, de ganas como de seguridad que brinda la miseria. menos mal que bajo la luz de un ángel efectivamente queda algo que todavía proyecta mi sombra.


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