lunes, 12 de marzo de 2007

Medidas efectivas

El día 9 de marzo desperté con el viejazo. Bueno, fue lo segundo que pensé, porque lo primero fue lamentar no estar de cumpleaños. Siendo conciente del afán de protagonismo, el 8 de marzo es para mí algo así como the ultimate spotlight, siendo el pretexto perfecto para organizar un evento más o menos producido. No es que sea un Juanito Yarur sin diamantes; es solo que me gusta conmemorarlo de manera especial.

Y ensayando la samba para cocinar brasileiro, parece que me torcí la columna, porque amanecí con un dolor intenso en el hueso sacro. Misteriosamente, un recordatorio de la neuralgia religiosa que últimamente he padecido. No por que haya abandonado mis convicciones, sino porque las interrogantes se han multiplicado. En lo cotidiando, se traduce en pensar como fomentar el optimismo acá sabiendo que hay vida más allá.

Por esa razón, me sentí más viejo rabioso al escuchar que, como cada mañana del último mes, la ciudad se estaba cayendo a pedazos. Obvio que con el transporte no hemos andado todo lo bien que quisiéramos, pero tampoco es que Santiago se haya paralizado (por lo menos no he dejado de ver gente iendo al mall). Además, la crítica viene de gente que jamás ha tomado una micro. Si no, que lo diga la yegua cínica de Andrea Molina que no es otra cosa que la embajadora de alguien tan perverso (y motorizado) como Ricardo Claro. Despertando así, con la espalda tensa y mensajes de apocalipsis, entiendo que todos lleguen con jaqueca al trabajo, pensando que Dios nos abandonó.

Porque si la Presidenta anuncia mejoras, lejos de analizar el conjunto del sistema, vamos de nuevo con aquel paradero que esta pifiado. A mí me interesa mejorar el sistema, colaborando, aprendiendo, no inflando el pánico colectivo y tomando la micro donde corresponde. Que me gustaría ir sentado (no por viejo sino por dolorido) y que quisiera ver los buses sin rayones, obvio. Que me gustaría ver las medidas cumplidas también. Pero hay que tener paciencia. Virtud solicitada al soplar las velas y poco cultivada por la fiebre del transporte público.

Justificando de este modo el afán solidario, tengo la intención de compartir con los lectores una canción que vendría bien escuchar en el Transantiago. Es de los islandeses de Múm y se titula Green Grass of Tunnel. Algunos dicen que es el sueño de todo publicista. A mi me parece que es un sedante natural, una invitación a la gélida animación suspendida, un recordatorio del liberado vuelo de los pájaros del ártico.

Más allá del tecnicismo ministerial o de la opinión del tecnólogo médico al mirar mi radiografía, con los 32° de marzo y tironeado en la micro de regreso a casa, ninguna medida me parece más efectiva que esta melodía paliativa del dolor. Además que desvanece el viejazo con su postal de cuento infantil. Como buena medida correctiva, tiene algo de engrupida. Más viejo, más taimado y más querido, ahí va mi regalo de vuelta.

No hay comentarios.: