sábado, 18 de septiembre de 2010

Un saludos de cumpleaños

A mi Patria que me ha enseñado lo que es romperse y volver a empezar. A mi Patria y sus apuros de futuro, sus recuerdos ensimismados y su presente de primavera. A mi Patria que nunca me enseñó a ser ciudadano del mundo sino un sencillo vecino de éste.

A Chile, a sus trabajos y su pan. A las marraquetas de mi vida y los panes amasados de mi abuela. Al Tambo y su fertilidad que siempre trae y se lleva el río. A las piedras del camino y los dedales de oro que conducen sus carreteras. A sus cantantes y poetas cursis y maestros. A las escuelas y los campos. A los aluviones, a los temporales fieros del invierno, a los terremotos estrictos como un padre y a la naturaleza que nos paga con sus frutos y postales.

Al Pacífico, que desde aquí bien lejos se mueve indómito dentro de mi cabeza. A los rumores del mar dentro de las cacerolas de mi papá y a todos los vinos y otros alcoholes misteriosos que no alcancé a probar antes de partir. Al relleno de las empanadas que heredé y a todas las cebollas que saqué de la tierra para llorar de alegría.

A las mermeladas, a todas las frutas confitadas que alegraron los inviernos. A los panqueques de mi madre, sus decorados tricolores y nuestra envoltura de sábanas un domingo de frío. A la bandera que todos los septiembres colgamos delante de la casa. A los volantines asesinos que persiguen las autoridades y su hilo curado rebelde que no se muere todavía. A los volantines rotos de mi torpeza, a mis pasos de cueca maltrechos y a la esperanza de aprender a bailar mañana.

A Santiago, su cordillera encumbrada y sus veranos calientes. A sus atardeceres infinitos del verano, a sus navidades multicolores de verduras. A esa navidad que por un tiempo no viviré y que en cambio me hará extrañar esos grises días de invierno.

Al metro y las micros que me llevaron al trabajo. A los fuegos artificales de la Torre Entel en año nuevo, a la Quinta Normal donde aprendí a andar en bicicleta y al Parque Forestal donde saqué a pasear mis locuras. A la calle Merced y la terraza donde sentía la ciudad. A la calle Vergara y sus adoquines donde aprendí a pavimentar mi vida.

A mi país y sus ciudades que no se rinden. A los dolores que recuerda hoy día Chile y a sus esperanzas también. Al porvenir que a todos nos espera. Al lugar que todos ocupamos, a los cambios que necesitamos y a las misiones que nos llama la tierra. A los lazos, a las nostalgias y los orgullos.

Te extraño Chile desde lejos y hoy celebro y lloro tu distancia. Volveré para engalanar alguna fiesta de otros años, cuando haya aun más velas que soplar. Porque nunca te dije adiós; solo estoy preparando mis dicursos y hoy conmemoro con mis compatriotas una vez más la gallardía de la tierra a la cual llamamos casa.
A tí Chile que eres mi lugar en el mundo.

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