jueves, 23 de septiembre de 2010

Lecciones de peluquería

Instalarse en otro país tiene millones de detalles que se descubren sobre la marcha. El idioma, las costumbres y otras cosas desconocidas pueden convertir eventos automáticos en una aventura antropológica. Porque, con mi deseo de ir ordenadito a la universidad, pasan cosas tan simples y necesarias como el hecho de tener que cortarse el pelo.

Acostumbrado en Santiago a la mano certera de Andrés -nuestro peluquero- había olvidado lo estresante que puede ser entregar la cabeza a otro ser humano. Más aun cuando el valor más módico que se puede conseguir -15 euros o unos 10500 pesos chilenos- convierten cualquier equivocación en un error bien caro. Porque una cosa es sentarse en la coiffure bien pituco y creyéndose el rey de la moda por pedir le style parisien. Pero otra diferente es dentrar a explicar -en mi plebeyo francés- qué es lo que uno quiere que le hagan para no terminar convertido en un espantapájaros. Y en esos minutos la torpeza de la lengua se hace evidente y uno recuerda con un escalofrío cuántas veces dijo sin pensar siquiera, qué es lo que uno quería.

Porque aunque muchos no lo sepan, si no fuera por mi insistencia en mantener mis mechas a raya, mi calavera luciría una frondosa cobertura de oveja árabe. Pasado un mes de mi última rapada, las motas eran evidentes y la greña con la que me levantaba cada mañana se me volvía insoportable. Más aun cuando se tiene un tapizado rebelde: quizás imitando los pulsos interiores de mi cabeza, mi pelo se enreda sobre sí mismo como tratando de introducirse en mi corteza cerebral. Es como una lana que cubre mis pensamientos, la cual insisto mensualmente trasquilar. Por eso así siempre fue la orden: con tijera, no muy corto, tráteme bien, que voy a volver luego.

Sin embargo, mi errancia magallánica me sentó esta vez delante de la peluquera más rubia natural que tendré oportunidad de conocer. Con sus ojazos azules me dice ouiiiii y yo tengo imperiosamente que empezar a explicar. La teoría de sistemas dirá que debo coordinar conductas en el lenguaje. Y dirá también que tanto ella como yo debemos estar acoplados estructuralmente. Pero todos los teóricos de sistemas que conozco son unos pelados resbalines-de-piojos así que no tienen idea de esta aplicación. Y yo, sociólogo inválido, tenía que olvidar por completo mis aproximaciones teóricas a Francia, para asumir de nuevo las pautas propias de una peluquería y humildemente detallar cómo quiero que me deje la sorpresa.

No estuvo mal al final. Pero durante todo el proceso sufrí lo indecible. Sumen que al miedo esencial estaba el impedimento de usar mis anteojos durante el corte, de manera que no tenía cómo mirar el proceso y menos aún saber cómo quedaría al final. Cero opción de corregir nada, porque tampoco sabría como pedirlo. Y es entonces cuando en un momento de epifanía, sentí en lo más recóndito de mi ser que cortarse el pelo es un profundo acto de entrega, es una confianza que se deposita momentáneamente en otro ser humano que durante unos instantes tiene el poder absoluto.

Nada me garantizaba que la niña no fuera racista y homofóbica y me premiara con una promoción 2x1 del arsenal del Machete Loco. Nada me garantizaba que sus tijeras pudieran arar de buena manera mis cabellos de ángel cuzqueño. Nada me garantizaba nada, salvo la fe que si quedaba un cagazo no tendría más remedio que sentarme a esperar que la vida (y el vigor de mis folículos) arreglaran todo con lentitud.

Entonces, deduje, esta cortada de pelo tenía un carácter litúrgico. Entregado a la voluntad de otro, obediente a los ritmos de la vida, mi pecado de ir contra natura y no dejarme la trenza que debería identificar mis modales, tuvo una balsámica purga gracias a la resignación forzada que me sometía.

Dios encuentra caminos extraños para manifestarse al recordarme que no todo depende de mí. Y como las Moiras griegas que sostenían la tijera para cortar el hilo de la vida, fueron quince minutos donde la mía estuvo a punto de terminar por culpa de un colapso nervioso empuñado en sus utensilios de peluquero. Pero aprendí la lección y leí entre líneas: desde ahora me evito el sufrimiento soltándome las trenzas o deposito toda mi confianza y mi tiempo de ponerme lindo, en otros seres humanos que sabrán atenderme bien.

El asunto es que como este corte de pelo, este día también fue una invitación al cambio.

1 comentario:

Unknown dijo...

Te entiendo perfecto!!!!
Es lo que me ha pasado a mi en mi deambular de peluquero en peluquero, buscando a quien depositarle mi confianza, y con ganas de hacerlo, cansada que me dejen como no quiero, y esperando que la naturaleza retorne el equilibrio de las cosas...tal vez para mi es más fácil no encontrar a uno, y dejarme el pelo crecer, pero para ti, creo que sería una tremenda aventura!!