viernes, 25 de mayo de 2007

Oposiciones de farándula

¿Alguien podría obviar que en todo esto el doble estándar nacional se hace más que presente hoy? Y ya no lo digo por los dimes y diretes de la política nacional, convertida en un tira y afloja bastante poco sensato. Porque seamos honestos, a pesar de todo, aun no se convierte en un conventilleo donde la faceta personal, la vida privada del mandatario o el oponente se ventile todavía. De hacerlo sería el descalabro.

Esta vez, lo digo por la competencia farandulera que ha tenido ocurrencia esta semana. Confieso que no tuve tiempo de escribir sobre todo lo escandaloso que fue el episodio de las fotos monaguescas de Cecilia Bolocco. Sé que estaba en Miami, pero asumo que su conducta fue un intento de europeizar la capital latina del bótox tropical. No obstante, el resultado fue desastroso por decirlo menos.

Esto fue algo así como un boloccazo extreme. La primera vez, cuando la lente capturó sus partes pudendas, la cosa no pasó de ser una gracia con algún matiz calentón. Hoy, el desborde de naturalidad, francamente puede costarle más que un contrato.

Celebrada como la mujer con mayor estilo criollo, capaz de usar un vestido-desvestido (y con ello ser una suerte de filósofa de la paradoja fashion) ahora sin piedad es criticada como indecente y mentirosa. Claro, nadie lo dice con todas esas letras, especialmente ese clan maligno de Primer Plano que disfraza con brillos las inconsistencias de una anoréxica no asumida, una apitutada con cara de profesional, un judío xenófobo e intolerante y un homosexual que se juzga más allá del bien y el mal (lo que puede convertirlo en un pedante de primer orden).

Siendo así, este cultivo del escándalo no podía dejar ajena a la diva del pueblo o la reina de las modelos de calendario vulcanizador. Que ahora se querella, se caga al marido de frente, porque la sicosea, porque amenaza su carrera.

¿Que acaso nadie recuerda el funesto matrimonio televisado donde ella entraba con delirios de virgen de Guadalupe? Si la cosa parecía sacada de pastiche mexicano, con un marido medio cuate a falta de trasandino. El mismo que espontáneamente le pidió matrimonio en una conferencia de prensa; el mismo que en la gala del Festival la convenció de taparse cual novia de torta y por ende a solucionarlo mostrando la teta en el jurado del certamen.

Todo huele a una falsedad inquietante. La una, que quiso ser Evita, con su "no me importa"; la otra, que jugó a Marilin Monroe de la mano de Lavín, con su "me duele de a deveritas". Todas son mentiras que deben ser tapada para sostener el negocio del paparazzeo y el comentario de opinólogo. El mismo que nos quiere convencer de su valía, que atrae con vestidos de moda española, que promete el éxito a punta de estudiar nada.

No es acaso esta otra forma de oposición en los medios de comunicación. Porque mientras unos se pelean por decir quién mejoraría mejor la educación, otras corporaciones se apuran a promover al mal educado, a la ganancia fácil y el debate insulso. Pero en uno y otro caso, este olvido de la necesidad de construir día a día (consecuencia de la era postmaterialista dirían algunos) le quita luces a lo que efectivamente nos puede promover.

No nos demos por satisfechos, mientras damos jugo babeando por unas minas de cristal y cartón.