domingo, 14 de enero de 2007

Baile crónico

Impelido por el relajo acalorado de este enero, acepté de buena forma la invitación que Crisitán me hiciera para ir a bailar otra vez. Preguntar dónde resultaba obvio. Decir que tenía muchas ganas de ir era lo distinto. Realmente necesitaba distracción. Todo esto, habiendo asumido de manera freudiana que cualquier búsqueda de compañía en tal locación, terminaba irremediablemente transfomándome en un cyborg. Así que mejor ir sin razonar (lo que implica abandonar objetivos)

Por tal razón, pude mirar cosas que otras veces no había visto. Bueno, es cierto que en no pocas oportunidades he escrito sobre la discoteca y sus bailes. A estas alturas no hay mucha más qué aportar... porque mirando como la gente se mira se cae en eso que relatara la-narcisa-de-Gloria-Trevi en su canción. Y esto significa que, al final, convenía suspender la vista para poder escuchar lo que ocurría a mi alrededor.

En un artículo que un profesor de música me prestó decía que, a diferencia de la vista, el oído no tiene párpados, razón por la cual no puede abstenerse de nada. Porque ese universo de sonidos es filtrado solo por la cabeza y el espíritu. Con la vista no pasa eso, porque la voluntad opera frente al estímulo apagando la cámara.

Y es así que, con los ojos semicerrados pude atender los piropos que las parejas recién formadas se decían entre si. Ninguno es enteramente reproducible en estas páginas. Lo que si puedo decir es que, de acuerdo con los parroquianos, era bien tenido pronunciar algo cornetocéntrico sin más. Porque fue entonces a partir de esas palabras cuando percibí que, a pesar de todas mis visitas a aquel sitio, nunca participé del discurso final. Claro, han pasado tres años desde que comprendí las claves no verbales de aquel galpón y que aprendí un idioma nuevo con el código de vestimenta (que dicho sea de paso, trasmutó también mi estilo en el exterior); no obstante, nunca me atrevería a referirme a la penca de mi interlocutor en un lugar público.

Absorto en aquello, la loca revuelta revivió cuando sonó de fondo Bob Sinclair.



Y aunque la recordara por escucharla como música de fondo en los programas de cocina coliza (donde los cocineros modelan Zara) supongo que por olvidar aquello que me incomodaba decir, resultaba mejor silbar junto con el DJ. El resto hacía lo mismo, contagiado por los guiños perfectos para la discoteca. Claro, a mi me resultaba más cómodo pensar cómo se bailaría en Europa o en cualquier balneario top latinoamericano. El sonido era filtrado por mi cabeza...

Pero tan fino era el tamizado que los pulsos no alteraban mucho el compás de mi cuerpo. De haberlo hecho habría tenido mayor conciencia del correr de mi sangre. Y también como aquella podía concentrarse entre mis piernas. De ahí, la distancia para volver a la boca para decir el sucio piropo era mínima.

La desdicha del empaquetado (literalmente, el que no abre el paquete) es no poder sincronizarse con este rito. El video muestra a un niño soñando con alcanzar el cielo. El baile es un poco lo mismo cuando se quiere conquistar el orgasmo con la pareja capturada. Al menos un estructuralista pensaría así. Y pensarlo es caer otra vez en el vicio.

Para bailar no hay que observar parece. Quizás por esa razón, el baile crónico de la electrónica, suspende el ritual de pasos que otras danzas sí componen. La invitación sería dejarse llevar, buscando una luz al final de la noche.

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