martes, 14 de noviembre de 2006

Medicina para la casa

He estado de lo más ausente el último tiempo. No solo de estas páginas, sino también de mi propia conciencia. Errores de cálculo mediante, se juntaron tres proyectos con fecha de entrega para estos días, así que lo que se llama tiempo libre ha sido solo un espejismo cotidiano desde aquel día que escribí en inglés (...esto me pasa por negarles dulces a los niños)

Tanto es así que, sorprendido de mí mismo, hubo ratos en esta semana donde dejé de procesar la información de las reuniones que he tenido sobre los mismos recurrentes temas. Onda modo piloto automático, stand-by o tele-apagada. Algunos podrán pensar que es un mecanismo de defensa, obvio. Otros podrán leer esto como una señal urgente de ajuste de tornillos. Porque nadie puede dejar que sus neuronas se quemen así sin siquiera fumar un caño. Por esa misma razón y por el hecho que mi inconciente se ha anticipado al verano haciéndome bajar de peso sin dieta ni ejercicios (sí mujeres, envídienme) decidí consultar un médico. Para estar seguro que seguro no tengo nada.

En fin. Quiso el destino que dicha cita aconteciera justo después de dos evaluaciones a programas formadores de estos profesionales. Quizás por lo mismo, lo único a lo cual logré prestar verdadera atención fue a una consigna que promueve cada Escuela de Medicina que he visitado este año: "No más especialistas, queremos médicos generales" pareciera ser la moda. Valorar la atención primaria y la medicina de cabecera. Resucitar el oficio sepultado por la sobrespecialización.

El dr. Valverde, que es el señor que veré mañana, tiene todas esas características. Claro que él ya es jubilado hasta de su propia pensión. El arribista que habita en mí se habría achunchado de no verlo en una clínica-aeropuerto, sino que en su pequeña consulta de barrio; pero ahora tengo motivos de sobra para quebrarme porque estoy de lo más in. Porque el actual médico de familia es más bien un old fashion. Y no obstante estoy seguro que más de un futuro egresado correrá a postular a una beca para el estudio de las moléculas del nefrón, hay algo muy rescatable en este intento de vlver a igualar al paciente con un ser humano completo.

Hay efectos obvios, como la mejora del trato y la posibilidad que el día de mañana el galeno mire a los ojos en vez del monitor cuando un paciente enfile hacia la muerte. También la disminución de los costos sociales por la mejor labor preventiva que una reforzada atención primaria tendrá. Incluso hay una cuestión arquitectónica de por medio, al eliminar de los futuros planos esa concepción horrible de los megahospitales metropolitanos donde verdaderamente uno se siente diminuto ante la enfermedad reflejada en cada pared del edificio (y esto es en serio).

Existe un efecto de más largo plazo, que a estas alturas es solo una hipótesis, pero es bien interesante. Hace siglos que la muerte, así como la seria enfermedad, se han sacado del espacio cotidiano de la casa y la misma familia. Foucault habla de esto cuando refiere a la clínica. Y es cierto que hay eficiencias de escala cuando se trata de contar con tecnologías de todo tipo. Pero el problema tuvo que ver con estos otros eventos que son normales en el devenir del hombre: un dolor de estómago, una esguince, una fiebre invernal e incluso el parto; cuando también migraron al hospital.

Mi abuela campesina parió su docena de hijos afiliada a la meica del lugar. Y cuando fue al hospital del pueblo el día que pavimentaron el camino, le ligaron las trompas para que no se empobreciera más y detuvieron a la oña por ejercicio ilegal de la profesión. Mas antes, tanto el nacimiento como la muerte de mi abuelo fueron eventos que formaron parte de un mismo hogar. Así mi papá aprendió a ver la vida con una sabiduría inexplicable. "Todo está en aquí incluso la muerte" me dijo algún día. Y es verdad. La razón de mis jaquecas son más cotidianas que lo que cualquier neurólogo pueda citar.

Y el remedio está en mi propia cama... digo, en tomar conciencia de mi propio existir cada mañana y no requerir toda una estructura adicional para atender la simpleza de esta queja. La misma que puede curarse con toronjil con luna como dirían en el campo. Hay un asunto de confianza en toda sanación. El médico de cabecera y el remedio casero parece que ahora tienden a coincidir. Cambian la planta por un fármaco hecho de lo mismo, pero en ambos casos, lo que se persigue es curar a través de la sintonía con la casa, con el entorno de siempre.

La medicina se lleva para la casa, entonces. Para que el médico verdaderamente nos ayude a vivir en armonía, descifrando nuestro interior. Nada que ver mirarse solo en un electrocardiograma; lo importante es sentir el corazón otra vez. Y como ya me estoy perdiendo otra vez, daré otra vuelta al asunto antes de querer plagiar a Levi-Strauss.

No hay comentarios.: