miércoles, 22 de noviembre de 2006

Fantomas

Hay evidencias que muchas veces nos hace suponer que la relación con la propia salud es equivalente a la hotelería que intermedia en el sistema médico-paciente. Ahora bien, cualquiera que haya trabajado en alguna empresa de servicios, sabrá que muchas cosas se juegan en la trastienda del mercado, el back-office bancario o la cocina (y especialmente la despensa) del restaurant.

Citando nuevamente el recorrido de hace pocos días, pude descubir un elemento muy interesante de estas prácticas galenas. Ocurre que con la evolución del sistema nacional de salud, y la entrada de la medicina privada, muchas cosas han cambiado. En primer lugar, el retiro del espacio doméstico, con la consecuente tecnologización de la clínica. Lo segundo, el efecto de consumo que hay al pagar por una prestación médica donde se establece una relación de clientela. Tercero, la aparición del SERNAC que envalentonó al usualmente sumiso comprador y que ha extendido la influencia de esta ira hacia este rincón terapéutico con insospechadas consecuencias.

Porque ahora ya no es tan simple operar, por ejemplo. Los cirujanos, antiguos sacerdotes del quirófano, ahora buscan la manera de intervenir lo menos posible, porque aunque hayan advertido del riesgo de hacerle la lipo a Julita Astaburuaga, si la vieja se muere, demanda segura. Y lo mismo se aplica para la docencia...

Me he atendido en hospitales universitarios e igual uno se cohibe un poco ante tantos mirones . Pero también hay más atención a los detalles. Pero lo cierto es que mucha gente se niega rotundamente a ser siquiera tocada por un estudiante (aunque yo en determinados casos lo solicitaría) Esto tiene por consecuencia dos cosas: una vez más los pobres salen para atrás porque les toca tener que aceptar si o si, todas las clases que puedan dar con sus cuerpos; y segundo, las universidades con más dinero deben recurrir a inversiones más fuertes para hacer docencia con medios inertes.

Las clases de anatomía las tienen todos por igual, porque vagabundos finados siempre va a haber. Pero para otras cosas, cada vez se usan más estos muñecos llamado Fantomas. No sé porqué en Chile le llaman así. Fantômas era el nombre de un sofisticado personaje de novela francés, un archicriminal sanguinario pero muy elegante. También es nombre de una banda de rock que lo homenajea. Por alguna razón también le llaman así a estos maniquíes que simulan enfermos.

Es bien escabroso entrar a una sala de clases con una cama de hospital y un muñoeco con ictericia que se desangra. Pero más escabroso aún es ver como han evolucionado de ser un simple envoltorio de plástico a una máquina más cara que un BMW. Porque en el Hospital de la FACH, una universidad consiguió con descuentos un fantomas de la Marina gringa. Y lo impresionante era que el bicho este era casi un androide. Tenía disitintas arritmias programadas por computador, su pecho se movía con la respiración, se podían simular fracturas reemplpazando piezas internas y lo más heavy era el hecho que expresaba síntomas y se quejaba de dolor.

Claro, la Universidad era lo suficientemente pituca para que el mono dijera "I wanna throw up" en vez de "voy a güitrear". No, eso último era para la posta. Si le inyectaban dosis erróneas de fármaco mediante el teclado del computador, el tipo podía decir "I feel bad, it hurts" y luego era despachado hacia el otro mundo (en este caso, off mode) Entonces, los estudiantes en su rato de ocio, podrían entretenerse jugando con la vida del enfermo virtual. Claro, los vivos corren menos riesgos cuando son atendidos por estos profesionales, porque antes que aprender, repararán las heridas y darán su boleta con garantía. Pero no puedo dejar de pensar en como toda esta maquinaria al final distancia la vida misma de la sanación.

Crecientemente técnica, una medicina enseñada en salones perdería la capacidad de empatía que se requiere para mejorar. Y en esto tienen responsabilidad no solo los docentes; también el paciente que en vez de exigir servicio, debiera disponerse confiado frente a esa relación donde el poder de la sanación es compartido. Porque también en esas circunstancias, es cuando se valora la propia salud y por defecto, el hecho de poder disfrutar la vida.

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