viernes, 8 de marzo de 2013

Cumpleaños

Hoy he cumplido los 34 años. Y ha sido un día muy especial.

Aun cuando la primera actividad del día fue una visita al dentista. Obligado por la burocracia francesa, me resigné a pasar por esa pequeña tortura justo el día de mi cumpleaños, convencidísimo que así mataba toda la cuota de mala suerte a primera hora del día y aseguraba un cósmico bienestar después. Y en parte tuve razón: estando ya en la consulta no sé por qué razón -al parecer por una emergencia con otro paciente- el doctor tuvo que salir de la sala y dejarme solo por lo que para mí fueron minutos eternos. Justo tenía que pasar algo así hoy, pensé, mientras permanecía ahí acostado, solo, con un aparatito en la boca que parecía inofensivo, pero que de prestarle atención me hizo pensar que las cosas podían ser infinitamente peores.

Porque hubo un momento donde tuve la repentina sensación que si deslizaba mi lengua más de lo debido, si hacía algún movimiento sin la supervisión requerida, la pequeña pieza metálica que rondaba mis labios podía caerse dentro y así, sin querer, moriría ahogado el mismo día en que celebraba el hecho de estar vivo. ¿Cómo tomaría la noticia Francisco? ¿Quién se iba a comer toda la comida comprada para la fiesta? ¿Quién tendría que pagar la repatriación de mi cadáver? ¿Saldría mi nombre acaso en las noticias del día siguiente? ¿Habré tenido tan mala suerte en la vida que mis quince minutos de fama llegarían solamente de manera póstuma? No he hecho nada tan importante en la vida como para que esta forma de morir quede registrada legítimamente en la historia. Yo que nunca he aprendido a nadar por miedo de morir ahogado, finalmente termino mis días por falta de aire. Absorto en estos pensamientos, la pátina de sudor frío que sentí en la frente me hizo, no obstante, volver al planeta Tierra. Yo tan exagerado como de costumbre. Yo seducido de nuevo por la fantasía galopante, por esa tendencia a ver la realidad aumentada, que parece siempre más entretenida que la vida real.

Fue un buen recordatorio de lo que me conviene pedir el día de hoy. No se trata de ser más valiente, de dejar de ser tan tentado con la comida, de ser más metódico para estudiar o de ser menos controlador con las pulsiones de mi cuerpo. Más que todo eso me conviene pedir la capacidad de reírme de este defecto, que de todos modos hace mi vida más entretenida pasado el drama. Lo que cuento del dentista la mañana de mi cumpleaños es real, la probabilidad que alguien muera de la forma descrita la desconozco, pero lo que sí es inventado es la tragedia o la gloria que rondaría cada rincón. Temor infundado, cuando observo bien me doy cuenta que estar vivo ya es una maravilla no obstante mis días puedan ser completamente ordinarios. Lo notable, luego, es poder mirar hacia atrás y recordar que jamás imaginé que iba a celebrar mi cumpleaños en otro país, con otros amigos que la vida me tenía guardados del mismo modo que me preparó la visita al "dentista de la muerte".

En la ciudad de Amélie, dirán algunos, lo importante es ser especial disfrutando momentos “sencillos” (pero especiales) como lo hacía ella. Yo no lo creo ni por dos segundos, en el fondo de mi corazón todavía ansío ser un parisino flaco y glamoroso. Y sin embargo, a pesar de la fantasía he aprendido que después de la ensoñación el mundo real no algo terrible, que me gusta lavar la ropa, limpiar la casa, andar en bicicleta casi a la misma hora todos los días, llamar a mi familia en Santiago los miércoles y domingos, debatir internamente sobre en qué esquina compraré el pan. Y de vez en cuando alguna ocasión especial que de repentina tiene bien poco. Me gusta celebrar mi cumpleaños y preparar el ambiente para recibir a los amigos, sobre todo en estos días en que me doy cuenta que esta ciudad donde he celebrado tres aniversarios, poco a poco se ha ido convirtiendo en una fiesta.

Cuando el dentista volvió me pidió disculpas por la tardanza y me explicó que alguien se desmayó por miedo a una aguja y que hubo que levantarlo entre dos. Lo de la otra persona sí que había sido especial en comparación a mi ordinaria espera. Supiera él el drama que me había inventado.  Supiera él que ese día desperté leyendo una de las cartas más lindas que he recibido jamás. Supiera él que siendo un estudiante corriente, voy a soplar 34 velas agradeciendo todo lo que he conocido, todo lo que mi memoria ha registrado, todos los amigos que he cosechado y todas las decepciones que he vivido sin que se me haya roto el corazón.  Bueno, en el dentista en realidad uno no puede hablar mucho.

Pero con ustedes sí. Me permito entonces compartir este pedazo de intimidad, agradeciendo también la que ustedes me han compartido tantas veces. Muchas gracias a todos por los saludos, sin lugar a dudas quiero que nos volvamos a encontrar cuando cumpla 35.

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