jueves, 5 de abril de 2012

Mariposas en la Iglesia

Podría ser una capilla chica. Poco más que una casa con ventanales grandes.  Un oratorio ubicado en cualquier parte de Chile. Uno de comunidad mediana, sin grandes benefactores ni recursos para copiar un templo de Europa.  La gruta del fondo adornada con flores de género que nunca se secan. El Jesús crucificado de madera al centro, extraño en su tosquedad que lo hace parecer infantil. El espacio de un coro que pocas veces tiene más que una guitarra. Imágenes de santos que parecen sacadas de un póster, que parecen páginas de un mismo calendario. Y alrededor de ellas decenas de mariposas de papel. Rojas, blancas, azules, moradas, amarillas y verdes. De papel lustre del colegio, de cartulina con el borde Artel que no pasó por la tijera del artesano, de celofán e incluso de papel de regalo.

Mariposas pegadas con cinta adhesiva a la pared. Con tanto polvo encima que hacen pensar cuánto tiempo llevan pegadas ahí. No hay modo de saber quién las fabrica, cuánto tiempo se tardaron las manos en plegar la materia que ahí colgada adornan un santuario popular con el insectario que afuera de la capilla está cada vez más escaso. Sin otra pretensión que adornar un lugar que tiene que ser diferente a la monotonía que reina allá fuera, la actividad constante del trabajo, del campo, de la oficina, de la micro o el camino de tierra.

Seguro, de una capilla más pituca las hubieran volado todas. Una comunidad que adquiere prestigio en este país debe necesariamente velar por tener una iglesia más bonita. Racionalizar los materiales y la decoración. Alabar a Dios con las nuevas tendencias de la arquitectura y un coro más afinadito. ¿Y por qué no, acaso nadie está ajeno a querer tener una casa más bonita para celebrar una fiesta? Yo no culpo a los curas o los feligreses estirados que no quieren a las mariposas en la iglesia, total es la buena costumbre, es el deseo de tener un lugar lo más presentable para acordarse de cómo son las cosas en el cielo, donde todos vamos a ser unos angelitos piluchos felices. Además que cuando uno va a la universidad, cuando uno es más educado, empieza a ver la naturaleza de otra manera, quiere entender el orden profundo de las cosas y unas mariposas de papel más que ayudar distraen.

Pero las mariposas siguen ahí aferradas a esa capilla sencilla que se niega a morir por el puro empeño de la comunidad que ahí aprendió a encontrarse para varios eventos. Aunque sea más por inercia que por verdadera adhesión al catecismo. Aunque sea con el pretexto de la procesión que es la antesala para la tomatera donde los hombres y las mujeres se acuerdan de los placeres del cuerpo. Aunque sea el fruto de ese sincretismo que a algunos les hace arriscar la nariz. Como si en la iglesia el cuerpo de verdad quedara fuera, como si la pureza de la misa implicara lavarse las manos tanto como para olvidar que recorrieron otro cuerpo sin querer necesariamente procrear un hijo.

Yo colgaría las mariposas de papel también sobre las sotanas de los curas, para adornarlas quizás un poquito, para llamar la atención sobre el cuerpo que existe bajo ellas. Que por esa negación hoy la capilla se puede quedar vacía, cuando afuera el cuerpo y la intimidad son cada vez más un articulador del orden social. Porque ahora importa siempre ser coherente con el cuerpo y el deseo, por eso una mariposa homosexual que se precie de tal no querrá pisar jamás una iglesia, el hito más visible del castigo a su identidad. Como si ser el mariposeo orgulloso no implicara negociar a veces en el trabajo la propia apariencia. A mí no me convence esa postura, ni tampoco la del homosexual piadoso que piensa que quien abomina de la Iglesia es un pobre sujeto enrabiado y un poco ignorante al final. Porque ni el rabioso ni el piadoso han querido ver las mariposas pegadas en la iglesia, el empeño porfiado de estar ahí. Porque la distracción de la pelea política, la deconstrucción del pensamiento esencialista, siempre quedan fuera de esa capilla que subsiste queriendo parecer una casa, donde cada uno pega las fotos de su propio bienestar, de sus momentos felices, para ayudar a pasar las penas cuando la muerte nos visite.

Allá la exégesis, la hermenéutica y la colección griega de palabras que hipnotizan como las letanías. Si se trata de volver a la iglesia, ahora que estoy grande prefiero decir que da lo mismo si te quieren o no allá dentro porque al final uno llega buscando algo que nunca está muy claro, uno se engrupe con promesas que a veces son verdad y otras veces parecen una estafa. Y que uno aprendió de Dios en una comunidad que es tan ignorante pero busquilla como uno.  Por eso hoy que es Jueves Santo y el rito empieza otra vez, que a pesar que un imbécil católico pide no compadecer a un asesinado porque su deseo lo hizo ser un mal ciudadano, las mariposas en la iglesia todavía no vuelan y se aferran a la pared, homenajeando las manos que las fabricaron y las pusieron ahí.

Y es esa continuidad de la vida la que hace que querer arrancarlas no tenga sentido. 

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