Podría ser una capilla chica.
Poco más que una casa con ventanales grandes.
Un oratorio ubicado en cualquier parte de Chile. Uno de comunidad mediana,
sin grandes benefactores ni recursos para copiar un templo de Europa. La gruta del fondo adornada con flores de
género que nunca se secan. El Jesús crucificado de madera al centro, extraño en
su tosquedad que lo hace parecer infantil. El espacio de un coro que pocas
veces tiene más que una guitarra. Imágenes de santos que parecen sacadas de un
póster, que parecen páginas de un mismo calendario. Y alrededor de ellas
decenas de mariposas de papel. Rojas, blancas, azules, moradas, amarillas y
verdes. De papel lustre del colegio, de cartulina con el borde Artel que no
pasó por la tijera del artesano, de celofán e incluso de papel de regalo.
Mariposas pegadas con cinta
adhesiva a la pared. Con tanto polvo encima que hacen pensar cuánto tiempo
llevan pegadas ahí. No hay modo de saber quién las fabrica, cuánto tiempo se
tardaron las manos en plegar la materia que ahí colgada adornan un santuario
popular con el insectario que afuera de la capilla está cada vez más escaso. Sin
otra pretensión que adornar un lugar que tiene que ser diferente a la monotonía
que reina allá fuera, la actividad constante del trabajo, del campo, de la
oficina, de la micro o el camino de tierra.
Seguro, de una capilla más pituca
las hubieran volado todas. Una comunidad que adquiere prestigio en este país
debe necesariamente velar por tener una iglesia más bonita. Racionalizar los
materiales y la decoración. Alabar a Dios con las nuevas tendencias de la
arquitectura y un coro más afinadito. ¿Y por qué no, acaso nadie está ajeno a
querer tener una casa más bonita para celebrar una fiesta? Yo no culpo a los
curas o los feligreses estirados que no quieren a las mariposas en la iglesia,
total es la buena costumbre, es el deseo de tener un lugar lo más presentable
para acordarse de cómo son las cosas en el cielo, donde todos vamos a ser unos
angelitos piluchos felices. Además que cuando uno va a la universidad, cuando
uno es más educado, empieza a ver la naturaleza de otra manera, quiere entender
el orden profundo de las cosas y unas mariposas de papel más que ayudar
distraen.
Pero las mariposas siguen ahí
aferradas a esa capilla sencilla que se niega a morir por el puro empeño de la
comunidad que ahí aprendió a encontrarse para varios eventos. Aunque sea más
por inercia que por verdadera adhesión al catecismo. Aunque sea con el pretexto
de la procesión que es la antesala para la tomatera donde los hombres y las
mujeres se acuerdan de los placeres del cuerpo. Aunque sea el fruto de ese
sincretismo que a algunos les hace arriscar la nariz. Como si en la iglesia el
cuerpo de verdad quedara fuera, como si la pureza de la misa implicara lavarse
las manos tanto como para olvidar que recorrieron otro cuerpo sin querer
necesariamente procrear un hijo.
Yo colgaría las mariposas de
papel también sobre las sotanas de los curas, para adornarlas quizás un poquito,
para llamar la atención sobre el cuerpo que existe bajo ellas. Que por esa
negación hoy la capilla se puede quedar vacía, cuando afuera el cuerpo y la
intimidad son cada vez más un articulador del orden social. Porque ahora
importa siempre ser coherente con el cuerpo y el deseo, por eso una mariposa homosexual que se
precie de tal no querrá pisar jamás una iglesia, el hito más visible del
castigo a su identidad. Como si ser el mariposeo orgulloso no implicara negociar a
veces en el trabajo la propia apariencia. A mí no me convence esa postura, ni
tampoco la del homosexual piadoso que piensa que quien abomina de la Iglesia es un
pobre sujeto enrabiado y un poco ignorante al final. Porque ni el rabioso ni el
piadoso han querido ver las mariposas pegadas en la iglesia, el empeño porfiado
de estar ahí. Porque la distracción de la pelea política, la deconstrucción del
pensamiento esencialista, siempre quedan fuera de esa capilla que subsiste
queriendo parecer una casa, donde cada uno pega las fotos de su propio
bienestar, de sus momentos felices, para ayudar a pasar las penas cuando la
muerte nos visite.
Allá la exégesis, la hermenéutica
y la colección griega de palabras que hipnotizan como las letanías. Si se trata
de volver a la iglesia, ahora que estoy grande prefiero decir que da lo mismo
si te quieren o no allá dentro porque al final uno llega buscando algo que
nunca está muy claro, uno se engrupe con promesas que a veces son verdad y
otras veces parecen una estafa. Y que uno aprendió de Dios en una comunidad que
es tan ignorante pero busquilla como uno. Por eso hoy que es Jueves Santo y el rito
empieza otra vez, que a pesar que un imbécil católico pide no compadecer a un
asesinado porque su deseo lo hizo ser un mal ciudadano, las mariposas en la
iglesia todavía no vuelan y se aferran a la pared, homenajeando las manos que las
fabricaron y las pusieron ahí.
Y es esa continuidad de la vida
la que hace que querer arrancarlas no tenga sentido.
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