miércoles, 26 de mayo de 2010

Brotes de otoño

Me reconozco en la melancolía. No es novedad. De tanto en tanto, debo parar un rato para recuperar esa sensación inmóvil que asegura una distancia entre el mundo que es mirado y aquel que lo está mirando. De tanto en tanto, un día cualquiera debo detenerme para atender esa llamada esencial, ese guiño de la materia de mi mundo.

A veces basta una canción que interrumpe de pronto la secuencia de mis pensamientos, basta conectarse con la idea que estoy escribiendo mi carta de renuncia para partir a un aeropuerto en específico pero hacia una vida que no sé. Lo que a otros es algarabía para mi es temor.

Varias veces me ha pasado. La diferencia es que hoy me siento de una estatura diferente. Palabra tras otra intento practicar otro idioma, hacerme cargo de lo que decidí y refugiarme en esa solitud de creer que la vida depende solamente de mi. Ayer no más, me preguntaron sobre cómo creía, sobre cómo había logrado armar una religión con un Dios lejano, un Dios que me dejó un poco solo. Quizás anticipaban la sensación de hoy, donde me conforta una música lenta que avanza como el sol de mayo: esquivo, escondido, tímido y cómplice. Quizás me animaban otra vez a contemplar los brotes de otoño o esa luz encerrada en las humedad que no se congela, en la ciudad que se duerme temprano.

Brotes de otoño que son de otro tipo, algo así como manifestaciones de un Dios retratado en negativo, de un Dios que no funciona cuando ando corriendo. Nostalgia de un Dios que debería haber estado más presente en estos momentos. Búsqueda inconclusa de su presencia en mi interior. Extrañeza, ausencia de padre, empuje hacia la vida del hombre forzado. Melancolía que funciona para mi como la regularidad del planeta. Brotes de otoño rojo como atardecer de la vida y el inicio de un sueño largo. Como si anunciara que va a llover. Y después de eso el area translúcido.

Me reconozco en la melancolía. No es novedad.

No hay comentarios.: