domingo, 31 de enero de 2010

Aquellas noches blancas

Ahora que las sombras son más cortas sobre la calle, puedo ver más luz que antes de ayer. Ahora que el agua vuela evaporada por sobre mi cabeza, abrazo la humedad esquiva de tu ser. Ahora que cierro los ojos porque tengo el tiempo de hacerlo, veo tu silueta de verano, tu color de sol se cuela dentro del alma, que me moja por dentro como esos tomates que revientan la boca.

Ahora que los días son más largos, el monstruo verde de mi desesperanza se adormece para permitir que sobre ella pase la fiesta. Testigo mudo de las llamas que quieren quemarlo como al pasto viejo. Necesitamos espacio para que brote la planta nueva, que desde abajo me llama despacito, que se adhiere a mis manos de hombre grande, no se si para desgarrarla o acariciarla en su novedad.

Ahora que no tengo sueño porque el sol no se pone, mi hombría teje imágenes antiguas para tratar de defenderse y terminar con mis torturas. Que para eso si que soy hombre: para castigar la rebeldía parada que no sabe de madre ni de padre, que se para no más y que me cuelga como escapulario, como estandarte aguerrido, como escudo filudo que apenas puedo cargar.

Como si tuviera los brazos pesados, no quiero creer en mi capacidad de remolcar mis recuerdos e invetar otros nuevos. No quiero asumir que interpretaba las cosas al revés. Aquellas noches que son blancas ahora porque estan llenas de luz, pero que entendí tantas veces como un espacio helado, como una evocación a la nieve y su rigidez sin sentido. ¿Qué es lo que me pasará si cambio la dirección de las cosas? Hacia allá voy para clavarte a mi. Camino lento porque no sé moverme de otra forma. Pero hacia allá voy para clavarte a mi.

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